 RETRO. La primera ganadora de 'Operación Triunfo' sacó del baúl de los recuerdos temas de los 70 que animaron a los asistentes.
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«Un beso para esos niños; un besito Unicef». Así terminaba Rosa López, la que fue hace más de dos años ganadora de la primera edición del programa televisivo 'Operación Triunfo' un concierto de más de una hora que a buen seguro en nada se parece a los que ha realizado en estos meses desde que abandonó el anonimato ni a los que les quedan por protagonizar en su gira de verano. La granadina estaba «emocionada». «Ojalá pudiera estar libre para poder colaborar más», comentaba poco antes de comenzar la gala. También estaba radiante, casi entre amigos, porque no todos los días se ofrece un concierto para 400 personas con un fin tan especial: ayudar a los más pequeños. «Éstas son las cosas que tenéis que sacar, más que lo de 'busta' (en alusión a las polémicas en torno a su compañero de academia David Bustamante) y todo el 'tinglao'. Cosas bonitas», le decía con cariño a los periodistas.
Enfundada en unos pantalones negros, unas botas rojas y una camiseta que le daban un aire rockero, para el repertorio eligió temas de los dos discos que tiene en el mercado, jalonados con algunos popurrís con baladas que erizaron el vello a los asistentes, como 'Ausencia' o 'Something', y uno muy especial en homenaje a Donna Summer. Una bola de cristalitos, estilo discoteca años setenta, completaba el aire retro del que quiso impregnar a la noche. Y lo consiguió. Con su torrente de voz arrancó fuertes aplausos del público y ovaciones de sus fans. Que también los hubo. Nada menos que 40 personas de todos los puntos del país, capitaneadas por Esther Gámez, presidenta del club oficial de fans de Rosa a nivel nacional, tiraron de la cuenta corriente y pagaron religiosamente el cubierto para apoyar a su ídolo y de paso arrimar el hombro con Unicef.
Como era de esperar el eurovisivo 'Europe's living a celebration' puso el broche de oro a una actuación que supo a poco y que dejó claro que la joven granadina está en plenitud de facultades, con el torrente de voz en plena forma aunque cuidando los altos para no desgañitarse innecesariamente y repetir errores del pasado. Lo dicho, un concierto cinco estrellas para una gala de las de quitarse el sombrero.